La película tiene un arranque bastante prometedor, pero el interés comienza a decaer desde el momento en que los cuatro protagonistas abandonan el correccional y se hacen adultos. El ambiente de opresión y abusos sexuales vivido en el centro de menores está bastante bien recreado, y el personaje que interpreta Bacon es, sin duda, odioso. Pero el reencuentro de los antiguos colegas de travesuras de Hell’s Kitchen no acaba de funcionar del todo, tal vez porque Levinson dibuja cuatro personalidades demasiado simples, con un nexo diacrónico representado por el sacerdote al que da vida De Niro y el ingrediente femenino. La película se alarga más de la cuenta y resulta bastante previsible y anodina, no muy diferente de cualquier telefilme de la tarde de domingo.