No quisiera dármelas de profeta o agorero. Ni, mucho menos, de listillo. Pero algo me dice que “Winter’s Bone” es una peli llamada a simbolizar el apogeo de un nuevo subgénero en el marco del cine indie norteamericano. Un nuevo subgénero que, bebiendo de las fuentes del realismo social de Loach y del primitivo y cavernícola “White trash” de Waters, ha conseguido asentarse con cierta solvencia en el espectro del cine autoral norteamericano. Sea como fuere, lo que resulta evidente es que el porrón de premios que se ha llevado la peli de Granik no hace más que confirmar que los thrillers dramáticos protagonizados por desventuradas heroínas blancas que intentan sobreponerse a una serie de adversidades derivadas, en gran parte, de un entorno sórdido, miserable y hostil, gustan. Y gustan mucho. Sobre todo si, encima, están rodados con ese peculiar estilo seco, lacónico y agreste que caracteriza a este tipo de producciones. Lo que resulta paradójico, sin embargo, es que pelis como ésta acaben subordinándose a un canon. Ya sea temático, estilístico, ambiental o geográfico. Pero bueno, en cualquier caso, no confundamos los términos. El cine indie no es cine experimental. O no tiene porque serlo, vaya. El cine indie es cine independiente. Y punto. Y si los cineastas independientes deciden tomar según qué caminos y el público, en general, les concede su aquiescencia, adelante. No voy a ser yo quien les critique. Mientras sigan siendo independientes, claro.