Para todos los que creemos en el destino, la vida no deja de ser una especie de novela (rosa, negra, gris o todo a la vez, según el caso) de la que no podemos escapar. Afortunadamente —o no—, sin embargo, lo más habitual es que la mayor parte de los mortales desconozcamos por completo el guión de nuestras vidas y que, gracias a ello, nuestra particular existencia discurra inexorable e imperturbablemente sin que nunca jamás podamos revertirla.

Lo jodido sería, pues, que conociéramos ese guión. Que lo hubiéramos leído previamente y que, descontentos con él, quisiéramos alterarlo. Máxime si el autor de ese escalofriante libreto fuera un enloquecido (pongamos por caso) Stephen King. Menuda papeleta ¿no? Pues bien, ése es —en resumidas cuentas— el argumento de “En la boca del miedo”. Un peliculón que constata que no todo es mierda en el género de terror de bajo presupuesto y que cuando un director se deja llevar por buenas referencias (en este caso, Lovekraft), enhebra un sólido guión y consigue imprimir la atmósfera adecuada, el resultado final no puede ser otro que excelente.

Ocho terroríficas estrellitas, pues, para una fascinante peli de jiñe psicológico que pone de manifiesto el viejo y eterno debate entre fantasía y realidad y que cuenta —ojito al dato— con un desenlace final absolutamente espeluznante. Sólo añadiré que, si no la habéis visto, ya estáis tardando.