Desde que, en cierta ocasión, escuché decir que “The Rocky Horror Picture Show” era LA peli de culto por excelencia, he tenido muy claro que —tarde o temprano— acabaría viéndola. Por cojones. Por mucho que la evitara. Por mucho que la esquivara. Por mucho que la postergara una y otra vez. Hasta ahora, claro. Y es precisamente ahora que ya la he visto cuando por fin he comprendido por qué “The Rocky Horror Picture Show” es, en efecto, la peli de culto más paradigmática de la historia del cine.

La razón es muy sencilla: “The Rocky Horror Picture Show” no es una peli al uso. No es una peli normal. No es una peli convencional. “The Rocky Horror Picture Show” es —con todos mis respetos— una peli para fieles. Para devotos. Para fanáticos. ‘Horroritas’, les llaman. Pues eso, ‘horroritas’. Frikicinéfilos, en definitiva, que ven en esta peli la quintaesencia de la liberación sexual cuando —no nos engañemos— la peli de Sharman no es más que un fastuoso show travelomusical con poca chicha, mucho artificio y muy poca vergüenza.

En cualquier caso, debo reconocer que —como musical— “The Rocky Horror Picture Show” es un puntazo. Mucho más que como comedia, por supuesto, ya que esas “numerosas” escenas hilarantes que pregona la sinopsis son, a mi juicio, más bien flojas y escasas.

Así pues, lo dicho: como show, muy bien. Pero como peli con “sustancia”, mal. Del mismo rollo prefiero mil veces “Hedwig and the angry inch”.