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Polonia Polonia · Terrassa
Voto de Taylor:
9
Comedia. Romance Un pobre vagabundo (Charles Chaplin) pasa mil y un avatares para conseguir dinero y ayudar a una florista ciega (Virginia Cherrill) de la que se ha enamorado. (FILMAFFINITY)
27 de abril de 2010
59 de 64 usuarios han encontrado esta crítica útil
Si os he de ser franco, el día que decidí abordar “Luces de la ciudad” lo hice porque estaba ya hasta los mismísimos cojones de ver esta peli perpetuamente instalada en los primeros puestos de mis recomendaciones filmafiniteras. Fue, por consiguiente, un visionado casi forzoso. El típico visionado -para que nos entendamos- que muchos cinéfilos del tres al cuarto como yo solemos autoimponernos de vez en cuando para ir reduciendo, de esta manera, esas viejas y numerosas cuentas pendientes que tanto nos sonrojan.

En mi caso debo admitir -además- que fue Charlot y solo Charlot el gran ‘culpable’ de que un servidor hubiera postergado, arrinconado y ninguneado esta peli tantas y tantas veces. Y digo Charlot -y no Chaplin- porque era precisamente este ridículo personaje -y no su autor- el que, a bote pronto, me iba alejando de todas y cada una de las pelis en las que aparecía. Afortunadamente, un buen día decidí dejar esos prejuicios a un lado y hacer caso, de una puñetera vez, a las sabias recomendaciones de mis ‘almas gemelas’. La escogida fue, obviamente, “Luces de la ciudad”.

Quisiera matizar, sin embargo, que cuando me la puse por primera vez no pretendía verla entera. Ni mucho menos. De hecho, eran las doce y media de la noche, pasadas ya, y a esas horas tan sólo estaba dispuesto a concederle al dichoso vagabundo del bastoncillo diez o quince minutos de gracia para constatar si merecía o no la pena ver la peli en otra ocasión más propicia. Como podréis deducir, mis planes fracasaron. Estrepitosamente. Los minutos de gracia transcurrieron en un santiamén y -casi sin darme cuenta- llegó ese instante en el que dejar la peli de Chaplin para otro día iba a resultarme completamente imposible. Máxime cuando ya me sentía absolutamente subyugado ante una obra de arte indiscutible. Ante un inmejorable paradigma de lo que fue y debería seguir siendo el cine para siempre jamás: un vehículo de expresión artística destinado a todos los públicos.

Porque si por algo destaca “Luces de la ciudad” es precisamente por eso. Por ser una obra de arte al alcance de todos. Por ser una película que hace de la simplicidad, de la humildad, de la pureza, su mayor estandarte. Por ser una película capaz de hacerte reír y llorar con una naturalidad insultante. Todo ello, obviamente, sin que esa conmovedora y romántica atmósfera que la envuelve se resienta en ningún momento por esa conexión con el mundo real a la que Chaplin jamás renunció y que lo convirtió, irremisiblemente, en un experto nadando a contracorriente. Como todos los genios.
Taylor
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