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Polonia Polonia · Terrassa
Voto de Taylor:
3
Terror. Thriller En una residencia universitaria varias estudiantes se disponen a pasar las fiestas de Navidad. La residencia fue en el pasado el hogar de Billy, un niño con una infancia terrible y al que todo el mundo considera muerto. Una extraña llamada de teléfono, realizada desde el interior de la casa, marca el comienzo de una serie de horrendos crímenes. Remake del filme homónimo de Bob Clark (1974). (FILMAFFINITY)
29 de junio de 2010
16 de 22 usuarios han encontrado esta crítica útil
Demasiadas veces han sido ya las que este humilde servidor ha reconocido públicamente su enfermiza y grotesca devoción por el cine de terror cutre y salchichero. Ya sabéis, por ese cine de terror adolescente repleto de sustos, topicazos, asesinos en serie, sangre e higadillos. Lo que los americanos llaman slasher, vaya. Quizás sea un subgénero algo friki y deleznable, lo admito, pero -qué queréis que os diga- a mi me mola. Otra cosa muy diferente, sin embargo, es que viendo una peli de estas características me tire media hora con cara de gilipollas. Como si estuviera viendo una de Bergman o Tarkovski. Eso -por ejemplo- no me mola. Pero nada. Básicamente porque si con el sueco o el ruso mi expresión facial suele corresponder a ese extraño cóctel compuesto por dos terceras partes de fascinación y una tercera parte de escaso bagaje cultureta, cuando eso mismo me sucede con un puto slasher es que algo falla. Estrepitosamente. Y no sólo en mi cabezota. En este caso, en la columna vertebral de la peli: el guión. Y eso es lo que nunca jamás puede ni debe fallar en un slasher: el guión. Podrá ser plano, previsible, engañoso, efectista, pueril, trivial, irrisorio, chapucero, chabacano, extravagante, mediocre o ramplón pero jamás de los jamases el guión de un slasher puede ni debe ser tan caótico e incoherente como el de “Black Christmas”. Fundamentalmente porque una peli de género no suele refocilarse en acrobacias estéticas o metafóricas y lo que realmente cuenta es lo que ocurre. Lo que sucede. Lo que acontece. Y para narrar con cierta coherencia y verosimilitud algo que va dirigido a un público tan poco exigente no hace falta ser un genio. Os lo aseguro. Tan solo hace falta oficio. Algo de lo que, por descontado, no anda sobrado Morgan. Ni Morgan ni su guionista, por supuesto. Y eso que se trata de un remake. Manda huevos. Merecido cate, pues, para una peli contada con el culo en la cual no salvan el susodicho ni las seis o siete pibonas que el salidillo de Morgan contrataría -probablemente- una noche de despedida de soltero en Salou entre caipirinha, caipirinha… y caipirinha.
Taylor
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