“En tierra hostil” no es una mala película. Nada mala. Yo diría –incluso- que, a ratos, irradia destellos de buen cine. Destellos de, lo menos, 7 u 8 estrellas FA. La peli de Bigelow, sin embargo, padece –a mi juicio- un grave problema: su guión. Y por mucho que nos la quieran vender como la gran producción independiente del año, cuando una candidata al Oscar a la mejor película naufraga en este trascendental apartado no debería albergar –a mi modo de ver las cosas- ninguna posibilidad de obtenerlo.

Curiosamente, “En tierra hostil” se ha llevado –contra todo pronóstico- el Oscar a la mejor peli. Y no sólo eso. Por si fuera poco, también se ha llevado el Oscar al mejor guión original. Tiene huevos la cosa. O los votantes del certamen se han vuelto locos de remate o es que el menda cada día entiende menos de cine. Algo que, por otro lado, tampoco descartaría. En cualquier caso, yo alucino. En serio.

Alucino porque no comprendo cómo una historia tan monótona y rutinaria como ésta (sí, habéis leído bien: monótona y rutinaria) pueda haber obtenido tan elevado rédito cuando resulta obvio que las bisagras de su ilación narrativa natural (introducción-nudo-desenlace) no es que chirríen, señores, es que –sencillamente- no existen. Así de claro.

De poco me sirve, por lo tanto, que la señora Bigelow intente desviar nuestra atención metiéndonos de lleno en el infierno de Irak a base de bombazos y subidones de adrenalina a punta pala. De poco me sirve porque por muy currados que estén los retazos diarios de este artificiero yankee en Bagdad, yo sigo creyendo que el cine es otra cosa. O debería serlo, vaya.

Seis estrellitas le otorgo porque, aún así, la peli consigue levantar cabeza en su tramo final y porque –la verdad sea dicha- me parece cojonudo que el planteamiento ético-moral de Bigelow haya sabido esquivar hábilmente los típicos ramalazos tendenciosos que suelen acompañar este tipo de pelis y que, a fin de cuentas, se haya limitado a recrearnos con la máxima honestidad y sinceridad posibles todo lo más que es esta peli: el triste y rutinario diario de un artificiero yankee en Irak.