Tan terriblemente confuso y ambiguo como el título que acabáis de leer imagino que debe ser la orientación sexual de un individuo hermafrodita. Una persona encadenada a la implacable pulsión de dos sexos opuestos que -si bien llevan interrelacionándose por separado con relativo éxito desde tiempos inmemoriales- también pueden convertirse en una auténtica bomba de relojería si los obligas a convivir como hermanos siameses durante toda una vida. Vaya, esa es mi opinión, por supuesto. La opinión de un tío que, obviamente, no tiene ni la más repajolera idea de medicina, biología ni nada parecido.

Aún así, sigo manteniendo que debe resultar muy pero que muy complicado mantenerse psicológica y emocionalmente equilibrado cuando uno no sabe lo que es ni lo que quiere ser. Y aún sabiéndolo (o medio sabiéndolo) considero, también, que oír hablar de operaciones, extirpaciones, ablaciones, mutilaciones, castraciones, tratamientos hormonales y demás no debe ser muy agradable precisamente. Salvo que uno se resigne a cohabitar con su androginia, claro.

Elucubraciones y soliloquios al margen, “XXY” me parece -en cualquier caso- una de las propuestas cinematográficas más valientes, sinceras y honestas que se han hecho (y yo he visto) en materia de problemática sexual. No solo porque no abusa ni un ápice de ese inevitable componente morboso y dramático que la propia historia conlleva, sino porque, además, el tono espontáneo y realista que Puenzo escoge para contárnosla es -a mi juicio- el más adecuado. Lo cual, hoy por hoy, constituye una sabia decisión. Felicidades, Lucía.