Haz click aquí para copiar la URL
Polonia Polonia · Terrassa
Voto de Taylor:
7
Drama Joseph es un joven taciturno, introvertido, incompetente en los deportes, distinto, raro. Todo eso hace de él un cabeza de turco ideal para los matones de su instituto. La escalada de humillaciones y el ensañamiento van creciendo mientras la vida de Joseph se vuelve más insoportable. Entonces llega Kaspar, un amigo inesperado, un aliado. Ahora ya no está solo. Ahora son dos y quieren la revancha porque los mansos se han cansado. Porque ... [+]
12 de marzo de 2009
56 de 66 usuarios han encontrado esta crítica útil
Nuestros padres, educados en el más estricto nacionalcatolicismo, quisieron que a nosotros -sus hijos- no nos faltara de nada. Tuvimos buenos colegios, una alimentación más sana y variada, ropa de marca e incluso algún que otro capricho (una bici, un monopatín, un scalextric quizás...). Pero lo que nos convirtió en una generación sensiblemente privilegiada fue la considerable tolerancia con la que nuestros progenitores nos trataron.

Aún así, cuando las cosas se torcían, afloraba en nuestros mayores ese ancestral remanente ideológico o moral del cual jamás podrían librarse completamente. Contemplar a mamá con los ojos inyectados en sangre o a papá con las sienes hinchadas constituía un indicador lo suficientemente perceptible como para deducir que habíamos sobrepasado con creces ese límite de tolerancia. Una bronca de narices, un manotazo en la mesa, un cachete en la mejilla o una colleja en el pescuezo solían finiquitar cualquier conato de rebeldía pasado de rosca y la paz volvía al hogar. No sé los demás, pero a mi me educaron así y no tengo ningún trauma. Todo lo contrario.

Hoy en día todo a cambiado. Pese a que, como decía Keyserling “generalizar implica equivocarse siempre”, nuestros hijos no respetan nada ni nadie. La generación de la música trance, del móvil, de la videoconsola, del messenger y del ‘no me rayes’ les ha convertido en niñatos caprichosos, consentidos, vagos, déspotas y arrogantes. Calificativos, eso sí, que psicólogos y educadores han redefinido con eufemismos tales como hiperactividad, déficit de atención, trastorno bipolar y demás. Bueno, seguro que estoy metiendo la pata, pero lo que es de cajón es que hay mucho púber sinvergüenza escudado tras alguna de estas anomalías conductuales o de aprendizaje.

No resulta de extrañar, por consiguiente, que pelis como la de Ilmar Raag nos revuelvan el estómago y nos dejen con la moral por los suelos. Sobre todo porque lo que vemos ante nuestros ojos no deja de ser una reproducción bastante fiel al original. Tipos como Anders o como Joseph son un auténtico peligro para nuestra sociedad. Son monstruos. Pero ellos no tienen la culpa. Nosotros los hemos creado. Nuestra puta sociedad. En nuestras manos está erradicar el virus que los ha infectado.
Taylor
¿Te ha resultado interesante y/o útil esta crítica?
arrow