Nunca es buena señal que termine una película y no seas capaz de resumirla en un párrafo o decir en una frase de qué va. Pues con “Los locos de Hollywood” el problema no es de espacio, no sería capaz ni con un párrafo ni con siete. Sinceramente, no sé qué propósito tiene la película, si me quiere divertir, si me quiere concienciar o si simplemente me quiere entretener, pero fracasa en todo. Ya se sabe que quien mucho abarca…

Y tampoco es que la idea sea especialmente original, la del médico brillante (en este caso psiquiatra/psicólogo/terapeuta) que ayuda a sus pacientes pero, a su vez, sus pacientes le salvan a él, pero las fórmulas de desarrollo elegidas son inanes, con personajes que parecen sacados de los casos de los episodios más memorables de series médicas para ser orquestados por Kevin Spacey, cuando Kevin Spacey era capaz por sí sólo de cargar con el peso de una película, antes de su caída. Y, de hecho, hasta cierto punto lo consigue. Gracias a su carisma (quién iba a decir lo que escondías, Kevin) podemos aguantar casi dos horas de idas y venidas de personajes huecos, hablando de bolsillos llenos y vidas vacías (madre mía) y de traumitas de niñatos y de ricos, esperando a ver las respuestas de Spacey mientras la película avanza leeeeeentamenteeee hacia la clásica y previsiblemente lacrimógena revelación final.

Con Kevin en pantalla la peli se lleva moderadamente bien. Cuando deja solos a sus colegas de reparto puedes ir tranquilamente a la nevera a por refresco o hacerte unas palomitas: no te vas a perder nada. Si dentro de 10000 años unos arqueólogos alienígenas encontraran una cinta de “Los locos de Hollywood” entre las ruinas de nuestra civilización (y un reproductor), además de aburrirse soberanamente, pensarían que los humanos del siglo XX eran unos superficiales improductivos. Pero se quedarían a ver el final, solo por ver a Spacey.