En el cine, como en la vida o como en cualquier proyecto, no todo es cuestión de talento y competencia, no basta con tener una buena idea y ejecutarla con habilidad. Además de todo eso, hay que tener en cuenta elementos externos como el entorno, el público, la suerte e, incluso ese factor desconocido que hace que grandes joyas pasen desapercibidas y que truños infames gocen del favor popular. Andy Serkis, actor habitualmente detrás de personajes digitales como Gollum o King Kong, se pone detrás de la cámara en esta “Mowgli: la leyenda de la selva” y aprende esa lección por las malas con una película razonablemente buena, bien hecha, interesante, pero que no tuvo en cuenta preguntas clave que siempre hay que hacerse al iniciar una empresa: ¿estoy aportando algo de valor? ¿Es visible ese valor? ¿Está el público preparado para reconocer ese valor que aporto?

A la primera pregunta, la respuestas es que sí. Además de estar bien ejecutada, con un buen guión, con efectos especiales adecuados que (para no ser una producción Disney o Dreamworks) integra con solvencia actores reales y digitales, con un ritmo y un montaje más correctos de lo que uno podría esperar de un actor que se pone tras la cámara, este regreso al “El libro de la selva” se aleja notablemente de las versiones Disney (la de dibujos animados de 1967 y la de animación digital 3D de 2016) para ofrecer una adaptación más rigurosa del relato original de Rudyard Kipling. A la segunda y tercera preguntas, diría que la respuesta es que no. No siendo un especialista ni en Kipling ni siendo “El libro de la selva” ni mi libro ni mi película de cabecera, no me pareció que ese rigor fuera tan palplable como para que el público pudiera ponerlo en valor. Me parece más probable que, como me pasó a mí mientras veía la película, el público en general no viera más que otra vez la misma historia con algún elemento diferente en pasajes indeterminados e irrelevantes.

Un público que probablemente tuviera aún fresca la versión de Jon Favreau, también con animación digital por todas partes, y puede que pensara que estaba perdiendo el tiempo con una versión innecesaria o, mucho peor, como me pasó a mi, que estaba viéndola de nuevo porque de verdad que hay momentos que cuesta distinguir la una de la otra. Vamos, que “Mowgli: la leyenda de la selva” es otro caso de buena película que aparece en un mal momento, en un mercado saturado y que, paradojas del mundo moderno, considera la versión Disney como el canon y penaliza al que se aleje de él… aunque sea para ser más fieles al cuento original.

Vista con tiempo, calma y sin prejuicios, que es difícil, se puede llegar a apreciar la buena base técnica y las cualidades de Serkis como director (que no parece afectado por ese síndrome de los actores que se ponen tras la cámara y se muestran atenazados, sin arriesgar lo más mínimo para no cagarla) para manejar una película compleja, siempre con muchos elementos en acción y dotarla de identidad propia. Aunque es verdad que no se podía esperar otra cosa de un especialista de dotar de vida y expresividad a personajes virtuales. También, bajo esas mismas condiciones, se puede valorar la complejidad del personaje de Mowgli al tener que interactuar por primera vez en su vida con otros humanos, cosa que no se había visto hasta ahora en el Universo Disney. Y todo en una jungla bien construída a todos los niveles que nos sumerge en ese mundo de vida y muerte, de exuberancia, belleza y peligro.

Se merece la oportunidad que muchos le han negado.