Reconozco la habilidad de los productores de “Palmeras en la nieve” para hacer un producto de éxito adaptando una novela simple, con los mismos tópicos de siempre, pero fácil de leer y ambientada en sitios remotos y pintorescos, y reuniendo a muchos de los actores con más tirón del momento. El resultado no es tan fácil de resistir, con una desproporcionada e interminable duración próxima a las tres horas, pero quedó suficientemente vistoso como para justificar su éxito de público.

Empecemos diciendo que sustancia no tiene, o al menos, yo no se la veo. La primera vez que la ví, fue en un viaje largo en avión, de estos que tienes una minitablet con películas en el asiento y la elegí porque era de las pocas con audio en español (lógicamente). Conseguí terminarla en tres tandas, con cabezadas entre medias, y le puse una calificación de 3. Me pareció la historia de siempre de amores imposibles y giros sentimentaloides baratos, aunque gratuitamente enrevesada y localizada en sitios innecesariamente exóticos por motivos puramente estéticos. Además, en aquella minipantalla, las mediocres interpretaciones de Mario Casas y Adraiana Ugarte, una porque se pasa, el otro porque no llega, llenaban la pantalla con una mezcla de vergüenza ajena y ridiculez.

Pero, por razones que no vienen al caso, le terminé dando una segunda oportunidad, ya en una pantalla decente que permitió aflorar sus virtudes técnicas, que las tiene, con su fotografía, su sonido, sus espectaculares planos tropicales y pirenaicos, ciertas interpretaciones secundarias que parecían puro relleno pero suben el nivel… y he sido capaz de verla del tirón, apreciando por qué hubo una época donde estuvo de moda y todo el mundo preguntaba si la había visto o si había leído la película. De hecho, al final le he cambiado la nota a un 5.