Era cuestión de tiempo que uno de los actores más sensibilizados con la ocupación de Irak por parte de Estados Unidos, no protagonizase un drama relacionado con la guerra. John Cusak, correcto como siempre, es en “La vida sin Grace” un hombre que acaba de perder a su esposa que prestaba servicio en Irak y no sabe como decírselo a sus hijas ni como va a afrontar la vida que le espera.

Lamentándolo mucho, por muy bien que me caiga Cusak, hay, ha habido y habrá películas que tratan con más profundidad, sensibilidad y creatividad el tema de Irak, de las cicatrices que deja en los que van, los que vuelven y los que la padecen de manera indirecta. Con poco ritmo, estética de película de televisión para las tardes de los fines de semana y sin nada que perdure en la memoria pasados diez minutos de los créditos finales, su único detalle moderadamente original es contar desde un protagonista masculino una historia que tradicionalmente se ha venido narrando desde una perspectiva femenina.

Con todo, no es una película oportunista, ni de discursos fáciles, ni hecha para reflejar explícitamente las ideas políticas de los creadores. Es aséptica y correcta, pero muy poca cosa, la verdad, a cambio de noventa minutos de tiempo.