Simpre me cuesta hacer la crítica de una película que me ha gustado. Y si encima, además de gustarme, sé que es una buena película es que me suelo quedar en blanco y no consigo empezar, así que muy probablemente esta crítica quedará un poco desangelada.

“Los lioneses” es lo más parecido a “El Padrino” (otra obra maestra absoluta) que he encontrado. Doscientos por cien cine negro, cine de mafiosos reales, hombres de honor a su manera, sin artificios, sin edulcorantes y sin conservantes; únicamente una historia, la de unos hombres hechos a sí mismos en el mundo del crimen, contada enlazando los pecados del presente con los pecados del pasado con la amistad y el honor como nexo de unión. En los rostros de los protagonistas (desconocidos para el gran público español) sin mover un solo músculo, se adivina la firme voluntad de llevarse por delante todo lo que se interponga en su camino, gente capaz de arriesgarlo todo, vida, sangre, posición, dinero o familia para pagar una deuda de honor o amistad. Tom Hagen llamaba a eso «ser siciliano» pero el director Olivier Marchal demuestra que es extensible a ser lionés.

Cruda y real como pocas veces he visto e igual de trepidante. Cada secuencia consigue acojonar, emocionar o sudar a voluntad de un guión que, argumentalmente tiene la consistencia del hormigón. Los continuos saltos en el tiempo no sólo están hilvanados con precisión para no perder el hilo sino que cada escena del pasado está colocada en el sitio adecuado para reforzar la acción presente. Dirección perfecta, fotografía de la campiña francesa que capta lo fácil que es desaparecer y lo solo que estás cuando te encuentran, atrezo impecable y acorde a los saltos temporales… pero lo que da el golpe de genio a la película son unas interpretaciones magistrales que captan la esencia de esa clase especial de criminal a la que dan vida, de gente que se rige por un código interno y unos valores que no siempre son lógicos.

Espectacular.