Interesante incursión en el poco transitado género de la fantasía cotidiana, de los cuentos o fábulas que se desarrollan en el mundo contemporáneo. Con una apariencia totalmente normal y llevando una vida aparentemente normal, Adaline lleva años escondiendo un poder secreto que la película expone con una normalidad tan franca y abierta, que facilita al espectador la asimilación de las componentes de ficción en una historia de amor que fluye con bastante naturalidad. Si bien “El secreto de Adaline” funciona razonablemente bien mientras se mantiene en la zona de confort que ofrecen las típicas reflexiones en torno al amor verdadero, a saber identificarlo, a tener el valor de luchar por él o a identificar qué estamos dispuestos a sacrificar por dicho amor, a la película quizá le falta algo de posicionamiento en términos de evolucionar hacia la comedia o hacia el drama.

O, como mínimo, introducir algún golpe de humor o saber introducir conflictos que generen emociones. Aunque narrativamente, el cuento de Adaline pasa por las fases esperadas de introducción, nudo y desenlace, lo hace de una forma totalmente plana, recorriendo un camino de una manera puramente expositiva. Biográfica, incluso. Sin clímax ni anticlímax. La película perfecta para los hipertensos o con problemas de corazón. Y con una pareja protagonista (la gélida Blake Lively y Sosomán Huisman) que son lo contrario a la química. Cuesta imaginarlos compartiendo un taxi, como para pensar que uno vaya a dar la vida por el otro. De follar, ni hablamos.

Bien hecha, desde luego. Quizá en otras manos y con otro reparto hubiese alcanzado otro nivel. Aún así, interesante y entretenida a ratos: como para verla una vez. La idea es buena, de las que hacen que sea una película de la que te sigas acordando cuando pasa el tiempo.