Si soy sincero, “Kong: la isla Calavera” es la mejor de las adaptaciones contemporáneas del mito de Kong, la que mejor logra entender y mantener la esencia mientras parte de cero para elaborar a su alrededor una sólida, entretenida y, en cierto modo, original historia. Ni es una simple modernización del original de 1933, como la versión de Jessica Lange de los ochenta (que venía a ser la misma película pero en color y con mejores efectos), ni es la bobada solemne de Peter Jackson (lo mismo, pero con nuevos efectos y chistes malos). Es más, si soy verdaderamente sincero, “Kong: la isla Calavera” me parece mejor que el clásico de principios de siglo. Obviamente no son comparables, la original de 1933 es un revolucionario prodigio de ingenio y aprovechamiento de medios, historia del Cine que sentó bases para futuras películas de aventuras o ciencia ficción… pero, no nos engañemos, esta última versión se disfruta más.

“Kong: la isla Calavera” son dos horas de un ritmo altísimo y una acción muy inteligente. Incluso en su introducción, inusualmente larga porque se toma su tiempo para presentar adecuadamente al elevado número de personajes con cierta relevancia en la trama y en construir una base pseudo científica moderadamente interesante. El tiempo y esfuerzo invertidos en esta fase son productivos, porque más adelante, cuando la acción diverge en un valiente abanico de subtramas, ayuda a reconocer a tal o cual personaje e identificar dónde está ubicado y de qué unidad argumental forma parte. Por otra parte, lo de acción inteligente lo digo porque si el momento icónico, la escena que le viene a todo el mundo a la cabeza al oír hablar de Kong es la lucha del gigante contra los aeroplanos, aquí se reproduce a lo grande contra todo un regimiento de caballería aerotransportada en una fiesta de adrenalina de varios minutos de duración que valdría, ella sola, por toda la película de Peter Jackson.

Pero la cosa no queda ahí. El guion está hecho con mucha competencia para introducir a Kong en toda clase de conflictos de diferente naturaleza que permiten disfrutar mucho tiempo en pantalla del simio gigante. Muchos de esos conflictos son contra soldados y otros contra otros monstruos, pero en ambos casos se ha tomado la molestia de definir un sustrato argumental que hace las peleas, las explosiones, los golpes y los disparos tengan todo el sentido del mundo y se integren a la perfección en una serie de minihistorias que se desarrollan en unas localizaciones selváticas muy vistosas y terminan convergiendo con naturalidad en el desenlace. Y aún tiene tiempo para incluir sin artificios, de manera absolutamente fluida, los esperados lugares comunes de la bella y la bestia y la consideración divina de Kong por los lugareños.

Trepidante y colorista, entretenida y simpática, con buenos efectos especiales usados moderadamente y siempre al servicio de una acción muy bien contada y escenificada. El reparto, de primera línea y comprometido, parece disfrutar de lo que parece intuir que va a ser algo más que un blockbuster de aventuras. Corre el riesgo, por su naturaleza disfrutona, de ser infravalorada, pero que no os engañen, es una notable película en todos los sentidos y, sobre todo, con personalidad propia.