“La vida secreta de W.Mitty” es una agradable, vistosa, espectacular por momentos, colorista y optimista película con el claro mensaje de que si quieres que tus sueños se hagan realidad, lo primero que tienes que hacer es despertar; despertar y no dar nunca un sueño por imposible o estarás toda la vida lamentándote. Hasta aquí todo perfecto: la narración es amena, con continuos y divertidos contrastes entre la imaginativa mente de Walter y su gris realidad en forma de sidebacks y está fenomenalmente interpretada por el carismático y genial Ben Stiller. No hay duda de que es una película enormemente recomendable… para ver tranquilamente en el sofá de casa.

Hay quien ha querido ver en ella un nuevo “Forrest Gump”, pero eso son palabras mayores y el traje le viene muy grande. Con
“La vida secreta de W.Mitty” pasa lo que suele pasar cuando un actor (con talento claro, no el típico al que le permiten un capricho) se pone detrás de una cámara: que, una a una, todas las secuencias son perfectas en cuanto a estética y ejecución… pero el conjunto suele no quedar cohesionado, fluido, evoluciona a saltos. Hay momentos que no sabes si estamos ante un drama, una comedia, una romántica, una película-protesta o qué. La película se disfruta, pero cuesta saborearla; se vive, pero cuesta entenderla en todos sus matices; Groenlandia, las "marsopas", Islandia, los volcanes, el Himalaya, el leopardo de las nieves, la quintaesencia perdida, la foto nunca hecha… todo grandioso, pero requiere un gran esfuerzo para vivirlo. Quien pague el precio de ese esfuerzo no lo lamentará, pero un director experimentado lo habría sabido masticar más sin perder su esencia.

Hay una cosa que me ha ganado de Ben Stiller. A pesar de ese tufillo a vanidad que impregna cada plano (otra característica de los actores metidos a director) ha conseguido hacer una película de autoayuda sin que me entren las náuses que siento al leer algo de Paulo Coelho. Todos llevamos dentro un Walter Mitty y casi consigue sacármelo. Casi.