Hay que aceptar que Robert De Niro va envejeciendo y ya no permite seleccionar sus papeles para salir una vez cada dos años en obras maestras y taquillazos. Ahora es frecuente verle en películas más... digamos... tópicas, simples o convencionales, pero mientras sean todas siempre como como esta “El becario”, vamos bien. Lo que en otras circunstancias sería un telefilme simpático de la subcategoría «señor mayor da lecciones de vida a jovenzuelos», con De Niro y Anne Hathaway - sería injusto olvidarnos de ella- alcanza la condición de película.

“El becario” está plagada de buenas intenciones y elaborada con un humor suave, fino y elegante que la hace muy fácil de ver. Agradable y amena, cuesta resistirse a su encanto, que en el fondo es el encanto de Robert De NIro dando lecciones de clase y de cómo adueñarse primero de un personaje, luego de cada plano y luego de la película entera. Pero su gran mérito es convencer al espectador de que aguante los quince minutos que cuesta superar los prejuicios - alerta: película por y para mayores - y advertir que hay un buen fondo digno de aguantar hasta el final.

No es reflejo de ninguna realidad social ni es cine protesta ni de denuncia ni de visibilización de la tercera edad. Es, simplemente, una película que transmite buenas vibraciones con una historia poco realista en un entorno de trabajo idílico, lleno de compañerismo, lealtad, profesionalidad y jefes comprensivos, donde De Niro, que ha entrado a trabajar como parte de un programa de becarios senior, mentoriza, asesora y aconseja a unos y otros desde sus setenta años de experiencia vital para que, combinando las destrezas de las nuevas generaciones con la veteranía de las anteriores, llegar todos a ser mejores personas.

Y todo con una ejecución correcta, tirando a buena, aunque sin la consistencia de las grandes producciones. Con una fotografía colorista, unos diálogos respetuosos, unos personajes de los que te gustaría ser amigo y un desarrollo previsible, para que no haya tensiones ni intrigas innecesarias que nos mantengan alejados del objetivo de que ninguna mala sombra genere mal rollo. No todas las películas tienen por qué tratar de explicar el sentido de la vida, ni revelar oscuros secretos históricos, ni calentar cabezas. El cine también es entretener y hacer pasar el rato, siempre que se haga con dignidad. Y con honestidad y respeto al espectador. “El becario” es así.

PD. No sé si es intencionado a anecdótico, pero es curioso que de alguna forma Hathaway cierra como empresaria de éxito en el mundo de la moda el círculo que inició como becaria cuando se dio a conocer con "El diablo viste de Prada".