Amasar estrellas para un proyecto no es garantía de éxito en ningún ámbito, ya sea fútbol, cine o dominó. Es verdad que con un gran reparto puede atraer a seguidores de un espectro más amplio, pero es necesario tener las ideas muy claras para no sacrificar la naturalidad de la película buscando repartir tiempos entre tal o cual estrella y ser capaz de lidiar con tanto ego evitando ceder a las pretensiones de tal o cual intérprete para que su personaje tenga más protagonismo que otro. Además, claro, del riesgo de caer en la autocomplacencia y no trabajar las escenas pensando que el equipo va a saber lo que tiene que hacer en cada momento y que basta con soltar el equivalente cinematográfico al «salgan y diviértanse» de Del Bosque para que todo se ponga en marcha.

No sabría decir a ciencia cierta qué es exactamente lo que provoca que lo que debería ser una de las comedias de su año, sea uno de los pufos de la década, pero probablemente sea una acumulación de todo lo anterior. Justin Zackman, su director, no tiene una trayectoria destacable como para realizar comparables, pero la impresión es que cada uno va a su aire haciendo lo que mejor se le da con independencia de las necesidades de un guion que, la verdad, tampoco lleva la marca del genio. En realidad, “La gran boda” es un amasijo de chascarrillos de boda escenificados en una ambiente pastelero y glamouroso, algo así como poner a la Filarmónica de Viena y el Coro de Berlín a interpretar el “Te casaste, la cagaste” de Los Inhumanos.

A decir verdad, Zackman implementa la parte técnica con competencia. Le queda algo recargado, etéreo y un pelín hortera, como un anuncio de Pronovias, pero vale. Donde se le va la película es en unos chistes bastante manoseados, que tuvieron su gracia hace cuatro décadas y que requerían unas interpretaciones más abiertas a adaptarse al gag en lugar de esperar que el gag se adapta a ellas. Keaton, De Niro y Sarandon no están para los alardes físicos o gestuales requeridos por algunos sketches y están fuera de lugar. ¿Por qué se les pide que entren en ellos? Probablemente por el reparto de minutos del que hablábamos. Con Heigl sólo puedes contar para que haga de Heigl y su personaje siempre quede por encima de los demás. Barnes y Seyfried, directamente, no sirven para comedia aunque al menos son bien mandados. Sólo Topher Grace y Robin Williams parecen entender lo que se pide de ellos y se integran en la estructura cómica con éxito.

Al final, mucho ruido y poquitas nueces. El deslumbrante cartel comercial esconde una película aburrida que sólo ocasionalmente encadena un par de momentos divertidos.