“Un lugar para soñar” es una película con la que hay que tener cuidado. Con algunas leves y comprensibles licencias, como trasladar la acción de UK a EEUU, parece estar basada en hechos reales y en la vida del auténtico Benjamin Mee, un urbanita recientemente enviudado que decide liarse la manta a la cabeza y mudarse con sus dos hijos al campo, concretamente a un zoo medio abandonado (pero con muchos de sus animales) y, ya puestos, ponerlo a punto, abrirlo al público y explotarlo como nueva forma de ganarse la vida. De paso, por el camino, conoce a Scarlett Johansson y la convence para que se integre en su nueva vida. Lo normal, vamos.

Interpretada con el buen hacer que siempre caracteriza a Matt Damon, Elle Fanning y la susodicha Johansson y dirigida con la, a secas, solvencia que siempre caracteriza a Cameron Crow, “Un lugar para soñar” podría pasar por una obra low-cost de la factoría Disney, lo que dice bastante de ella (para bien). Tiene un mensaje optimista, muy optimista, es amena, simpática, romántica a ratos, eco-friendly en todo momento y estoy seguro que también sostenible con el medio ambiente. También es verdad que no aporta nada al cine y que puede haber, sin exagerar, trescientas películas del estilo, de esas que ves en vacaciones con los niños. So re todo si te tienes que quedar en casa por lo del coronavirus.

Habrá quien considere que se merece una nota de cuatro por ser más de lo de siempre y quien la suba al seis porque, al fin y al cabo, lo importante es cómo te haga sentir y, es cierto, que la película te convence de que sí se puede, de que mandes tu trabajo rutinario a la mierda, de que vendas tu casa en la ciudad y tu coche contaminante y te busques algo por Murcia, con un Prius, una casa con huerto y gallines (a ser posible sin gallos violadores) en la que puedas cultivar tu propia comida. Por eso digo que hay que tener cuidado con esta película, que te puede llenar la cabeza de pájaros. A mí, personalmente, me gustó (no soy Hitler) pero me pareció todo demasiado forzado y artificioso para mostrar sólo el lado bueno de jugarte tu futuro y el de tus hijos a una carta: que el zoo dé beneficios.

Aunque el bueno de Benjamin Mee haya escrito su libro jurando y perjurando que todo es verdad y que a él le fue muy bien, no sé… no me lo termino de tragar. Me parece que sólo vemos el lado bueno y edulcorado de la propuesta de volver a lo básico. Yo creo que me voy a seguir conformando con echar las latas y los bricks vacíos en el contenedor amarillo.