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España España · Madrid
Voto de OsitoF:
4
Drama Nueva York, 1961. Llewyn Davis (Oscar Isaac) es un joven cantante de folk que vive de mala manera en el Greenwich Village. Durante un gélido invierno, con su guitarra a cuestas, sin casa fija y sin apenas dinero lucha por ganarse la vida como músico. Sobrevive cantando en pequeños garitos, pero, sobre todo, gracias a la ayuda de algunos amigos que le prestan su sofá para pasar las frías noches. De repente, decide viajar a Chicago para ... [+]
22 de abril de 2024
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Hasta yo tengo, insensible a una gran variedad de manifestaciones de la hermosura, soy capaz de percibir la belleza de la factura audiovisual de esta película. Sí, amigos, para mi desgracia (y de mi señora) el color de las cortinas me resulta indiferente, las combinaciones de azulejos me resbalan, el emplatado no me merece mayor consideración y, si por mí fuera, iría en chándal a todas partes. En la medida de lo posible, evito ir a Ikea en pareja. Pero con todas y con esas, soy capaz de percibir la cuidada selección musical y el tiempo dedicado por los Cohen a buscar la mejor forma de componer la escena para integrar todos los elementos. Cada plano, cada nota y cada encuadre provocan sensaciones mentales que sólo había experimentado ante grandes obras pictóricas o arquitectónicas.

Desgraciadamente, pero esto ya son cosas mías, no logro integrarme en una historia de perdedores viviendo siempre al límite de la miseria, de no saber si vas a dormir bajo techo esa noche y de dar sablazos aquí y allá a los conocidos. Es lo que algunos críticos han llamado acertadamente «elogio de la derrota» que proporciona buen material para un ideal bohemio con el que no me identifico. Esa idealización de ir donde tu arte te lleve y pasar hambre a cambio de reconocimiento momentáneo y de conectar un rato con el público. «Si no me dedicara a la música, estaría vendiendo kleenex en un semáforo: cualquier cosa antes que trabajar en una oficina» decía el Jaime Urrutia de Ernesto Sevilla chanante en su juicio del Rock contra el Bunbury chanante de Joaquín Reyes en aquel mítico episodio, pero lo que para Muchachada Nui era parodia, para los Cohen es un referente vital. Tal vez, porque lo mejor de cierto arte sólo puede proceder de la incomodidad y los más bajos instintos o tal vez porque las historias de drama dan más juego narrativo e interpretativo.

No sé, me gusta demasiado llegar a casa y tener luz, agua corriente y poder tirarme en el sofá a ver la TV, aunque sea a costa de un trabajo estable y poco desafiante. No dudo de que Llewellyn Davis haya vivido el triple de experiencias y con más intensidad que yo en toda mi existencia, pero no le envidio. De hecho, sufro viéndole caer, seguir cayendo y levantarse sólo para volver a caer y no poder decirle: «pero vamos a ver, céntrate, chaval»… y, como no me gusta sufrir ni el cine ni en ningún lado, no volvería a ver “A propósito de Llewellyn Davis” ni en mis días más depresivos. Pero es una gran película con una grandísima dirección y unas maravillosas interpretaciones. Eso puedo ver hasta yo, pero en la distancia.
OsitoF
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