Lo menos bueno que se puede decir de esta “El Inocente” es que es una película convencional; adjetivo, supuestamente peyorativo, que utiliza la casta de críticos profesionales para referirse a películas de buena factura que, sin pretender otra cosa más que entretener al espectador, tienen buena acogida entre el público. Es cierto que quizá esté fuera de época y que donde realmente se sentiría cómoda es en los noventa, cuando cada año se estrenaban una o dos adaptaciones de best sellers de John Grisham y similares. Era la época de “La tapadera”, “El cliente”, “El informe pelícano” y demás thrillers judiciales que seguían más o menos un mismo patrón y se diferenciaban por sus proporciones entre comedia, drama y romance. Con repartos de lujo y sus continuos e imposibles giros, eran películas que tenían al público enganchado hasta su previsible final y cuyo su éxito estaba asegurado salvo en las contadas ocasiones en la que los personajes protagonistas se empeñaban en resultar particularmente estomagantes (como el niño de “El cliente” que me hacía empatizar con la mafia).

“El inocente” es de esa escuela. La típica película de abogados más listos que el hambre que se enfrentan a un caso en el que nada es lo que parece y que tiene vinculaciones con su pasado. Varios embrollos en los que los buenos son buenos, los malos son malos y lo que importa no es el final, que se intuye desde el tráiler, sino el cómo se desarrolla la película para llegar a ese final. Y el desarrollo es agradablemente típico con un Matthew McConaughey en esos papeles de guapo, brillante y simpático que le ofrecían antes de ganar el oscar y meterse en rollos más profundos, rodeado de caras conocidas con las que intercambia ingeniosos diálogos pensados para hacer que sus amigos nos caigan muy bien y sus enemigos muy mal. Las cosas claritas, como tiene que ser.

Habrá quien diga que el cine ha evolucionado hacia producciones más oscuras, con más trasfondo, más facetas y múltiples dimensiones y que películas más directas (alguno diría simples) como “El inocente” tienen más de telefilm que de cine moderno. Puede ser. Desgraciadamente puede que tengan razón y las malditas tendencias nos hayan llevado a infravalorar el pasar un buen rato con una buena película que no trata de reivindicar nada, ni denunciar nada, ni cambiar nada. No sabría decir en qué momento dejó de ser suficiente que una película te dejara meterte en su trama, divertirte, inquietarte y vivir sus aventuras por más ‘convencionales’ que estas pudieran ser. Pues que se vayan atpc. Hay más de esencia de cine en “El inocente” que en el noventa por ciento de la cartelera actual o de la paja genérica que se hace para las plataformas de streaming.