En España tenemos una extraña Ley del Cine que establece que las televisiones generalistas (privadas) están obligadas a destinar un porcentaje de su presupuesto a financiar cine español (también privado). Dejando a un lado lo discutible que supone, desde un punto de vista ético y comercial, forzar a empresas privadas a dar un determinado uso a su dinero (aparte de los impuestos que pagan por desarrollar su actividad), la medida no ha conducido al supuesto oasis de mecenazgo que presuntamente quería generar. Como era de esperar en empresas privadas, no precisamente estúpidas, que responden ante accionistas que esperan resultados, Telecinco y Antena Tres destinan la cantidad mínima necesaria para cumplir la ley incurriendo en el menor riesgo posible a la hora de recuperar la inversión. Por eso cada año ambas sacan una o dos películas con directores de éxito, el mismo reparto nacional (actor arriba, actor abajo), alguna estrella extranjera que se ponga a tiro y cortadas por el mismo patrón: comedias gamberras, miedito psicológico o thrillers de estilo americano.

“El secreto de Marrowbone” es la aportación de Telecinco a 2017 y lleva al límite el concepto de máximo rendimiento con el mínimo riesgo, con una película que evoca claramente otro de sus grandes pelotazos, “Los otros” de Amenábar. Distinto perfil de actores, distinta época, distintos estilismos, distinta atmósfera, distinta escenografía… pero, argumentalmente, planea sobre la producción la sombra de la sospecha de que se han reciclado ideas y conceptos una vez que la película coge forma. A lo mejor es pura coincidencia, no digo que no, pero tampoco me cabe duda de que el proyecto no debió de encontrar apenas resistencia entre el comité de Telecinco que aprueba los fondos viendo que estaba ante un valor seguro.

Dejando a un lado, aunque cueste, las suspicacias y pensando en la película en sí misma, “El secreto de Marrowbone” sale adelante con competencia, aunque sin demasiada personalidad. Una producción de terror light e intriga desnatada cuya naturaleza comercial está presente en cada decisión narrativa, teniendo claro que quiere resultar sencilla de entender por todo el mundo, aunque sea a costa de no profundizar en los personajes ni enrevesar las tramas, y que quiere impactar con alguna sorpresa, aunque sin malos rollos ni mostrar cosas desagradables. Quiere gustar a todo el mundo sin pisar callos y lo consigue pagando el precio de ser una más del montón, una más del catálogo. Pasa el tiempo y trae sensaciones agradables, pero es complicado que perdure algo más de la idea central y su parecido con la cinta de Amenábar.