Dentro de ese viaje por Europa que hizo Woody Allen la década pasada rodando en las principales capitales europeas, mitad proyecto vital, mitad salir de las continuas habladurías sobre su vida privada en EEUU, una de las primeras obras fue esta “Vicky, Cristina, Barcelona”, que vista en sí misma, fuera de ese contexto (en aquel momento desconocía las intenciones viajeras de Allen) me dejó a medio camino entre la indiferencia y el desconcierto.

La verdad es que no me gustó mucho, por no decir que me gustó más bien poco. Y eso por no decir directamente que no me gustó nada. Probablemente o no la entendí o no puse de mi parte para entrar en la propuesta, pero me da la sensación de ser una película que requiere grandes dosis de complicidad por parte del espectador, algo que - por otra parte- es recurrente en muchas de las películas posteriores que ha hecho dentro de su periplo europeo. No es un problema de pericia técnica. A estas alturas Allen es capaz de rodar resacoso y con una mano atada a la espalda lo que se proponga, de llevar a la pantalla lo que tenga en la cabeza en cada momento. Tampoco es que el problema esté en una historia que no se entienda o que esté mal contada. El problema es que la historia es - a mi entender- un folletín ridículo, un juego de relaciones supuestamente amorosas que transmite una continua sensación de improvisación. Como si no hubiera un guion sino una serie de directrices y se dejara en manos del reparto el ver a dónde lleva cada escena. Lo malo es que, claro, una escenas no encajan con las siguientes y el conjunto parece que te toma por tonto.

No sé. Cuesta creerlo pero parece una película pensada en torno a una idea de partida (la visita a España de un par de turistas, casi un paralelismo del viaje de Allen) y un núcleo narrativo formado por con un extraño triángulo Johansson-Bardem-Cruz más histérico que intenso. Lo demás es añadir a su alrededor y sin mucha coherencia postales de Barcelona, de Oviedo y de Avilés en busca de una idea feliz con la que armar la siguiente escena. Las interpretaciones, dentro lo que parece un completo sinsentido, no son malas, pero tampoco brillantes - supongo que el Oscar a Penélope fue un reconocimiento a ser capaz de sacar en claro de un personaje en blanco-.

En los momentos buenos, aburre y en los momentos malos, indigna. Se la puede considerar pasable en el sentido de que la dirección es irreprochable y de que las escenas individuales tienen la fuerza que se espera del director. Pero diga lo que digan los profesionales de la crítica, como película es un pufo. Imposible saber si es comedia, drama o romance.