Es imposible hablar de “I kill giants” y no mencionar los más que evidentes paralelismos entre ella y la más conocida “Un monstruo viene a verme”. Ambas películas son gigantescas metáforas de cómo niños encaran el dolor más terrible al que pueden verse sometidos, ambas proyectan ese dolor en forma de monstruos y el objetivo clave de ambas es conmover y sensibilizar. Como las dos películas se llevan un solo año de diferencia - la de Bayona es anterior, 2016 frente a 2017, pero la novela gráfica en la que se basa “I kill giants” es de 2008- , las suspicacias de quién se inspiró en quién eran previsibles y si no fueron a más es porque la repercusión de “Un monstruo viene a verme” fue varios órdenes de magnitud superior y relegó la polémica a discusiones de especialistas -o frikis-.

En mi caso empaticé con ambas en el fondo – imposible no conmoverse ante una pérdida así, tratada además con el enfoque más lacrimógeno posible-, pero no en la forma. La reacción de los chavales me pareció histérica y sobreactuada en lo interpretativo y artificiosa y forzada en lo argumental, un mecanismo para llevar la película hacia ese mundo paralelo de monstruos y fantasía que tanto hace lucir las películas a cambio de revestirlas de una superficialidad que desgasta su credibilidad y cuestiona sus intenciones.

“I kill giants” es vistosa y es intensa, quizá demasiado. No soy experto en traumas ni en pérdidas, pero creo que sus creadores, tampoco. ¿Hasta dónde se aprovechan del dolor y de los miedos como excusa para vender una película de aventuras, efectos especiales y rebeldía juvenil? ¿Por qué la gente que conozco lo lleva de otra manera más íntima y menos comercial? ¿Estamos traficando con la pena? No sé, cada uno tiene que verla y hacer las interpretaciones que considere. Se puede ser generoso o se puede pensar mal.