“¿Y ahora adónde vamos?” es una modesta producción libanesa que aprovecha el contexto dramático de la región para proponer una comedia negra basada en los choques religiosos inherentes a una zona en la que judíos, árabes, palestinos y docenas de variantes cristianas tratan de convivir como buenamente pueden (o hasta donde les dejan las manipulaciones políticas de los diferentes gobiernos enfrentados) y en la lucha de sexos. Sí, como suena, conflictos de género y de religión aderezados con humor blando y muchas buenas intenciones. En el planteamiento se pueden apreciar referencias a la clásica comedia griega de Aristófanes “Lisístrata”, tematizada con localismos y quitando la parte soez que tanto gustaba por entonces, lo que no es mala base (peor hubiese sido buscar inspiración en Aída).

Como es de esperar, el conjunto no busca una carcajada (cuesta imaginarse a la gente de esa parte del mundo viviendo con la suficiente despreocupación como para eso) sino ofrecer un momento de evasión mental con un mensaje optimista, que para el pesimismo ya está la dichosa realidad, en plan cuento utópico. Aunque la película está sacada adelante con mucha ilusión y, dentro de sus posibilidades, avanza con paso firme e ideas claras de en qué charcos meterse y qué charcos evitar, está sometida a la inclemencia de fuerzas exteriores que escapan a su control: según el grado de conflicto en la zona, la película deja sensaciones de fábula ingenua (como cuando la vi hace años, en una etapa razonablemente tranquila) o de frivolización de la tragedia (como me pasaría si la viese ahora tras los asesinatos de Hamás el 7 de Octubre).

Diría que es una película indudablemente meritoria e incuestionablemente bienintencionada, pero la recomendaría con la advertencia de buscar fuerza mental para visionarla con la mayor desprovisión posible de prejuicios y quedarse sólo con la historia central.