“Encontré al diablo” es una película coreana de la que diré, desde mi reconocido amateurismo cinematográfico y corriendo el riesgo de caer en el simplismo, que me parece una continuación de la trilogía de la venganza de Chan-wook Park (“Old boy”, “Simpathy for lady vengeance” y “Simpathy for Mr. Vengeance”) con otro director. El planteamiento es similar: un crimen brutal (más allá de la violencia estándar) y una retorcida venganza que pone a prueba los límites morales de la víctima, de la cordura del criminal y de la paciencia del espectador.

Realmente, a riesgo de caer nuevamente en la generalización, la película va de eso, de buscar límites y de jugar a traspasarlos. ¿En qué momento del escarmiento a un agresor éste se convierte en víctima? ¿Puede el sufrimiento redimir al asesino? ¿Cuándo se traspasa el deseo de justicia y se cae simplemente en el ajuste de cuentas? ¿Es lícito el ojo por ojo allí donde no llegan las leyes? ¿Y el ojo por ojo a secas? Como suele ser muy fácil llenarse la boca de justicia, reinserción y demás conceptos abstractos, “Encontré al diablo” pone a prueba nuestros principios y valores con una amplia oferta de casos de violencia extrema y excepciones legales a ver si pasamos del “la violencia sólo engendra violencia” a “hombre, la verdad es que hay veces que la pena de muerte está justificada”. Quizá, sin embargo, la oferta sea demasiado amplia y hay tal abanico de situaciones exageradas que la película acaba rodeada de un ambiente de irrealidad (como cuando nos preguntamos como es posible que todos los avistamientos ovni les ocurran a Malder y Scully o que todos los casos de enfermedades raras acaben en la clínica de House) y de la irrealidad al aburrimiento (ya, vale, sí, a ver ahora que nueva putada le hace… joder… venga… que se muera ya…) hay un paso.

No está mal. Como digo, hace pensar y, si se le da una oportunidad, a más de uno le puede sacar de dentro ciertos pensamientos con los que no contaba, ver las cosas con una perspectiva más amplia o, quien sabe, cambiar de criterio. El problema es que quizá, como occidentales, nos tire para atrás mucha sangre innecesaria, mucha expresividad histriónica, una estética y un ritmo chirriantes, así como unos nombres impronunciables y unas caras indistinguibles que obstaculizan el proceso de inmersión en la historia.

Imprescindible para los amantes de la trilogía de la venganza; no apta para estómagos sensibles; recomendable para el resto.