“Ciudad de Dios” tiene la virtud, no al alcance de todo el mundo, de juntar en una misma película los conceptos de contar historia profunda, que merece la pena ser contada, a la vez que refleja la sociedad de un país. La mayoría de los que intentan eso o van de farol (y dicen que intentan introducir al espectador en la idiosincrasia local, pero es mentira, es un puro reclamo comercial o, lo que es peor, intentan introducirle en SU IDEA de lo que es la sociedad que pretenden reflejar) o se centran en la parte documental dejando de lado la parte artística.

Pues “Ciudad de Dios” nos lleva a la vida en un suburbio de Río de Janeiro que, para los estándares occidentales, vendría a ser un barrio de viviendas sociales, humildes, pero no miserables. Así que de entrada, se huye del tópico de favelas o chabolas, lo cuál es de agradecer. En ese barrio, Meirelles dedica un cierto tiempo a meternos en la vida normal de la clase media-baja brasileña, con trabajos de baja cualificación, mal pagados, pero que les da para tener un techo bajo el que dormir, una casucha aseada y tiempo libre para interactuar entre ellos con cierto optimismo.

Poco a poco, el foco se va centrando en unos críos de esa Ciudad de Dios que, partiendo de las mismas condiciones de salida, toman decisiones les conducen por caminos vitales muy distintos y, de una forma muy suave y elegante, la película va saltando en el tiempo para narrar cómo evolucionan sus vidas. Al final, lo que parecía un relato social, son las trayectorias de tres amigos muy distintos: el responsable que quiere escapar del barrio, el responsable que quiere la vida del barrio y la del que no acepta las normas y se pasa de delincuente juvenil a cabeza del crimen. Unidos por sus raíces y por amores comunes, las tres vidas convergen y divergen en el tiempo hasta el inevitable desenlace. Todo contado de manera fluida y, sorprendentemente, sin apenas choque cultural, con la naturalidad con la que te podrían estar contando las vidas de tres protagonistas de Vallecas.

Muy descriptiva y, a la vez, muy intensa. Vistosa y, a la vez, creíble. Los directores Meirelles y Lund sacan todo el partido a la fotografía y al sonido y consiguen dar la forma perfecta al guion en una historia que no envejece y que trasciende fronteras.