La tercera entrega, “Eclipse”, se sale un poco de lo que venía siendo la saga y quizá por eso no me termina de cuadrar. Ni a mí, ni a la base fan ni a los críticos que la venían defendiendo, aunque algo bueno hizo para que haters de las primeras entregas vieran de pronto puntos de interés en “Eclipse”.

Si bien “Crepúsculo” y “Luna nueva” tienen directores diferentes, los productos no lo reflejan y se aprecia una factura coherente en términos de ambientación, estética, ritmo y conceptos, como corresponde a dos películas relacionadas. Claramente, su centro de gravedad es el amor puro, verdadero, más allá del tiempo y del espacio, entre Bella y Edward, de modo que ciertas notas picantes que pone Jacob y las interacciones con familia, compañeros de clase o adversarios son sólo notas de color secundarias para dar algo de profundidad a la trama.

De las cinco películas que conformaron finalmente la saga, “Eclipse” es la que única en la que pasan sesenta segundos sin que los protagonistas manifiesten su amor ni se pongan caritas u ojitos. Aquí, por primera vez, hay una trama que hace sombra – eclipsa, ja ja ja- a Bella y Edward. Vuelve una vieja enemiga que crea una banda de vampiros a la que hay que neutralizar, en algo que podríamos considerar ‘acción’. Hay otros personajes que tienen desarrollo, toman decisiones que trascienden y se enfrentan en peleas. En el plano individual, el resultado final está bien, su ritmo tiene una marcha más por lo que resulta más agradecida de ver, más vistosa, no tan intimista, menos cerrada… a costa de chirriar cuando se la intenta empastar con sus compañeras de serie. A pesar de todo, de que sales del cine algo inquieto por el -llamémoslo así- giro, también sales con la sensación de haber visto más cosas y haber descubierto facetas de los personajes que no conocías.

Sigue siendo un gran producto, aunque distinto.