Si hace poco veíamos a Lucas Hedges, ese chaval pelirrojo que siempre es simpático por fuera y atormentado por dentro, como drogadicto en rehabilitación en “El regreso de Ben”, ahora se quiere rehabilitar de ser gay en esta “Identidad borrada”. ¿Quién dijo encasillamiento? Nadie. Lo bueno para él es que ahora le toca compartir foco con una Nicole Kidman mucho menos acaparadora -por decirlo de manera fina, evitando verbos derivados de ‘absorber’- de plano que Julia Roberts, lo que le deja evolucionar, construir su personaje y ejecutar su interpretación sin necesidad de atropellarse para aprovechar los pocos milisegundos que le dejaban libres.

Esa interpretación y la presencia de compañeros de reparto de mucho fuste como la mencionada Kidman, un físicamente irreconocible Russell Crowe y Joel Edgerton, son uno de los dos grandes ases de la película. El otro es una historia interesante que debía ser contada al menos una vez, para concienciar al mundo de la existencia de tarados que creen ser capaces de cambiar la naturaleza humana con frases de autoayuda, videos virales de autoafirmación y oración, mucha oración. Una perfecta combinación de ignorancia y falta de escrúpulos. Así, la película se estructura en dos ambientes vinculados por el personaje de Hedges pero claramente diferenciados: el ámbito familiar, con las tensiones entre padres e hijo a cuenta del difícil encaje de su orientación sexual en sus creencias religiosas y el ámbito personal donde nos asomamos a los conflictos internos del chaval y sus experiencias en una escuela para ‘curar’ su forma de ser. Los dos planos se complementan bastante bien, predominando el melodrama en el primero y la narrativa de denuncia en el segundo, de forma que hay un razonable equilibrio entre emociones y hechos contrastados que se agradece en un tema delicado en el que suele ser fácil caer en la lágrima fácil o el pataleo sin argumentos.

La narración es ágil y abarca una horquilla temporal amplia para contextualizar la situación particular de Hedges en lo que se refirere a su familia, sus inquietudes sexuales, sus primeras experiencias o su confusión mental antes de ir al plato fuerte, sus vivencias en primera persona en la escuela de orientación, siendo una de los pocos ‘alumnos’ que han tenido valor para sacar a la luz el tema. Está todo bien contado, con bastante clase y poco morbo, incluso en escenas especialmente duras, para lo que podría ser el asunto en otras manos.

En la parte negativa, la película se difumina por momentos y pierde el foco. No sabe si centrarse en los conflictos familiares, los personales o la academia de machotes. Quiere abarcar todo, posiblemente para amortizar el caché del reparto sin dejar de exprimir lo invertido en los derechos del libro en que está basada y sin dejar de enviar un mensaje de autoafirmación y apoyo de las libertades sexuales, como si la película en sí misma no lo fuera o como si tuviera miedo de no dejar claro al doscientos por cien que la producción está en contra de la intolerancia. Tampoco la elección del reparto lleva la marca del genio. Russell Crowe en un papel tan emo se hace complicado de digerir y únicamente se entiende cuando en los créditos finales, al ver las fotos de los protagonistas reales, se aprecia un gran parecido físico. Kidman y Edgerton hacen interpretaciones de rutina más centradas en la caracterización física que en la emocional.

Interesante película que no decepciona, pero le falta algo de sal para pasar al escalón superior de películas que cuentan algo bien y, además, recomiendas verlas.