No sé si os pasa lo mismo, pero hay actores y directores con los que parezco tener cierta afinidad y sólo hacen películas de las que me gusta ver como Will Smith, Bruce Willis, Keanu Reeves, Megan Fox… (confesión que sin duda habrá supuesto que más de un purista deje de leer y ponga un “NO” a la crítica, sin considerar que sólo estoy diciendo cosas que me gustan y no que su cine sea el único que me gusta). Del mismo modo, hay actores y directores con los que me pienso muy-mucho emplear mi tiempo con sus obras (Manoel de Oliveira, Sarah Polley, Fernando Esteso…).

Pues bien, me cae bien Michael Douglas, pero lleva tal racha de pestiños que me falta el canto de un duro para meterle en la segunda de las listas. “El rey de California” pertenece a ese género tan de moda hoy día de comedias tan ligeras, tan ligeras que no tienen más gracia que una supuesta ironía hacia la vida o un simbolismo tan rebuscado que hay que leer las entrevistas con el director y los protagonistas para saber qué es lo que querían contar. Aunque se le suele considerar benévolamente “humor inteligente”, yo a eso lo llamo no haber sido capaces de transmitir un mensaje o un propósito… y hay que tener mucho cuidado porque al que reconoce en voz alta que no ha entendido nada o que no se ha reido, se le suele considerar aburrido, consumidor de cine fast-food o poco apto para delicatessens cinematográficas.

A riesgo de que me tachen de insensible, tengo que ser sincero y (además de reconocer, de perdidos al río, que también me gustan Michael Bay y Roland Emmerich) decir que “El rey de California” me pareció un sinsentido (no una sátira), un coñazo (aburre a las ovejas), vacía (si es que se pretendía hacer algo serio), sin gracia (si es que se pretendía hacer algo cómico), sin originalidad (da mucha visibilidad a ciertas licencias narrativas como si fueran lo nunca visto, y seguramente ERAN lo nunca visto hace quince años) y sin ningún propósito más que el de rodar algo por rodar algo. Seguramente no sea, técnicamente, una mala película, pero quien no la tenga que ver por compromiso, obligación profesional o prescripción facultativa contra el insomnio se la debería ahorrar. Con vuestro permiso, yo me ahorro seguir escribiendo.