Hace unos años un grupo de actores y directores amiguetes (de cierto nivel, no la fauna a la que se refiere Santiago Segura cuando habla de "amiguetes") acordaron hacer una película, "Four Rooms", cobrando lo mínimo (o no cobrando) pero con la condición de que les dejasen hacer lo que les viniese en gana en las cuatro historias cortas (casi cortometrajes) independientes que compondrían la historia final. Desconozco los pormenores de "Almas perdidas", pero viene a ser algo parecido con siete historias que tienen el único nexo común de estar protagonizadas por caras conocidas y tener una estética (y unos recursos) de cine independiente. Casi de performance, se podría decir.

Quizá lo más llamativo es que hay caras famosas como Kiera Knighley, Tony Soprano, Lobezno, Paul Bettany... que están ahí como podrían no estarlo. Su presencia es pura anécdota porque lo que cuenta de la película son las historias y la manera de contarlas.

Los que esperen acción a raudales, grandes decorados, interpretaciones intensas o que les expliquen el sentido de la vida, pueden dejar de plantearse si ver o no esta película, mejor que no se acerquen a 50 metros del DVD. Los que quieran pasar un buen rato pueden ver esta película como quien va a una exposición: habrá historias que les gusten más, historias que les gusten menos e historias que le horrorizarán.

Yo creo que, a pesar de su irregularidad, es imposible que alguna de las siete historias no termine gustando porque hay de todo: comedia sin más, comedia irónica, parodia, drama, psicodrama, misterio, tramas surreales, tramas sin sentido... No todas son igual de buenas ni igual de malas (a mí me gustó sobre todo "Supermarket" y "The same", me parecía estar dentro de una película de David Lynch) pero en conjunto resulta una obra curiosa.

Termino con un llamamiento al Ministerio de Cultura: por favor, no permitan que en España se haga algo así. Ahórrenos el bochorno de ver a la Juani, Inmanol Arias, Candela Peña, Luis Tosar y demás estrellas improvisando al servicio de Colomo o Icíar Bollaín. O por lo menos, que si lo hacen, lo hagan por la cara (cuidado, cuando digo "por la cara", incluyo las subvenciones) o con su pasta. Vamos, igual que hicieron en la fascinantemente glamourosa "Hay motivo" al servicio de su ideología particular.