“El corredor del Laberinto” está dirigida a un público juvenil, pero acierta tocando la fibra sentimental y poniendo en escena la fantasía que yo creo que hemos tenido todos en la adolescencia – hayamos leído o no “El señor de las moscas” - de quedarnos atrapados en alguna isla desierta, sin adultos y tener que establecer una nueva sociedad. En este caso no es una isla, sino el claro de un bosque rodeado por un muro con una puerta que se abre una vez al día y da paso al susodicho laberinto, plagado de misterios y peligros. También hay un ascensor en el que ocasionalmente suben pertrechos y nuevos chavales para reemplazar a los caídos. El caso es que es un argumento que puede conectar por igual a público de todas las edades, desde los 7 en adelante.

Además de enganchar con esa infancia que hemos dejado atrás, la película está técnicamente bien hecha. La comunidad elaborada por los críos está bien planteada y, en contra de lo que me suele pasar con películas para adolescentes, casi todos los chavales terminan cayendo bien o al menos no demasiado mal. La combinación de misterio, acción y efectos especiales está muy bien integrada. El laberinto y sus trampas son visualmente espectaculares y la trama se desarrolla a buen ritmo, de momento de interés en momento de interés con transiciones trabajadas, y de manera consistente revelando lo justo para que la película sea comprensible y a la vez estemos atentos para ver si escapa algún detalle de la historia global.

La vi en el cine y me gustó. Luego la volví a ver para ver la trilogía completa y me siguió gustando, corfirmó mis sensaciones. Es una película intensa, en la que todo el rato están pasando cosas interesantes con sentido. No es que me entraran unas ganas locas de leer el libro – ya estoy sólo para leer cosas realmente relevantes - pero me dejó intrigado y con ganas de ver la segunda parte.