Dura, durísima, película sobre abusos sexuales a menores de las que hacen hervir la sangre y sentirse sucio no ya por verla sino, simplemente, con pensar en ella o, como ahora, escribiendo sobre ella. Tiene muy claro lo que quiere contar y lo hace extirpando con elegancia quirúrgica para extirpar cualquier atisbo de morbo en sus planos. No lo necesita. La película no necesita explicitar lo que cualquiera puede entender con un mínimo contexto, con sólo la sugerencia del infierno. Luego, la construcción de los personajes y las extraordinarias interpretaciones de absolutamente todo el reparto, monstruos y víctimas, adultos y jóvenes, hacen el resto.

Sórdida en el buen sentido. Emocionalmente macabra. Apropiadamente incómoda. “Oscura inocencia” está planteada como una historia que involucra a varios protagonistas que ven condicionado su presente por el impacto de traumas de la infancia, que les han llevado por caminos muy distintos dependiendo de cómo lo asimilaron. Conmovedora, pero con margen para giros aún más dramáticos pero que se mantienen siempre en el lado correcto de la frontera de lo creíble y del decoro, sin buscar efectismos innecesarios.

De las pocas películas que se puede decir que sean buenas y, a la vez, deseas que acabe cuanto antes y poder darte una ducha a ver si te sientes menos sucio. Debería ser de visionado obligatorio en las carreras de Ciencias Audiovisuales y similares, como ejemplo de narrar huyendo del amarillismo.