Me resulta edificante ver a Antonio Banderas, tras los problemas de salud por los que ha pasado, trabajando como un chaval en proyectos teatrales de rentabilidad mínima por pura pasión al oficio y teniendo que participar en productos de clase media como esta “The enforcer” para financiarlos. Lo inspirador del asunto es doble: es un empresario que va sin red y se juega su patrimonio en sus aventuras, frente a otros que usan la profesión para acceder a fondos públicos y, además, sigue sabiendo (por el momento) escoger a qué productos presta su imagen para no devaluarla. Para muestra, esta “The enforcer”, un telefilm para plataformas sin nada que la haga destacar particularmente por buena o por mala (lo que, en su nicho, es positivo).

“The enforcer” tiene muy poco recorrido. Banderas es un sicario con mucho mundo y una mochila personal demasiado cargada al que un encargo despierta inesperadamente su conciencia y se convierte en mentor de un buen chaval en el filo de dar el paso definitivo hacia el lado oscuro. Todo muy directo y muy sencillo, pero me la creo: cuatro pinceladas para definir a los personajes, pero dadas con buena mano y mucha firmeza y un marco temporal muy corto, apenas dos días, que permite un ritmo justificadamente alto y poco margen para todo lo que no sea narrativamente imprescindible, lo que ayuda a la naturalidad y a dar sensación de realismo.

Bien realizada, dentro de sus posibilidades. Hay referencias a genialidades como “Carlito’s way” o el cine de Michael Mann, pero planteadas desde la humildad, por lo que se hacen simpáticas. Lo que tiene de corta lo tiene de intensa: justicieros, venganza y redención visitando lugares conocidos por caminos poco transitados. Maximiza la rentabilidad de sus recursos para llevar al seis lo que, por naturaleza, no debería pasar del tres.