El visionado de "El odio" debería ser obligatorio para toda esa chavalería macarril y descerebrada patrimonio de todo occidente, no sólo de Francia o de París. Mathieu Kassovitz se anotó el gran tanto de colocar la cámara en los ojos de tres proyectos de delincuentes, a los que retrata en toda su humanidad y desorientación sin por ello menospreciar el punto de vista de sus supuestos enemigos, los policías.

La superficie del relato la copan la música hip-hop, los recursos de cámara efectistas (¿a qué viene el blanco y negro?) y un lenguaje soez a más no poder, lo cual es estupendo para enganchar a los más jóvenes. Al escarbar dos centímetros se encuentra uno con la sorpresa de un guión sin fisuras, tres actores a los que es muy difícil distinguir de sus personajes y un discurso que no por sencillo deja de dar de pleno en el blanco bajo la máxima del "hasta aquí todo va bien...".

Lo que me ha dejado boquiabierto es su capacidad predictiva. Les refresco la memoria: Diez años después de rodarse, la muerte de dos jóvenes -probablemente pandilleros- mientras huían de la policía originó los mayores disturbios de la historia de nuestro país vecino, con la quema de más de 8.000 vehículos y el arresto de 2.500 personas. Algo más que una coincidencia que por una vez demuestra aquella falacia de que la realidad supera la ficción.