En el mundo de la música, y muy especialmente en los ámbitos alternativos, se venera la figura del maldito, ese artista atormentado con un punto de locura para el que la autenticidad es la meta. En la mayoría de los casos es pura pose, y es mejor que sea así. Daniel Johnston estaba loco de verdad y en su historia no hay nada fingido ni mucho menos romántico.

Es duro asistir al trágico trayecto vital de este artista polifacético. Duele contemplar sus dibujos, reflejos de una mente disparada en todas direcciones, su deterioro físico, su periplo por centros psiquiátricos, sus interpretaciones desgarradas... También emocionan sus padres, esos que cuentan con lágrimas en los ojos anécdotas como la del viaje en avión (que me ha dejado completamente helado) y que se despiden pidiendo ayuda para su hijo cuando ellos ya no estén.

Un documental parecido por dentro y por fuera al también excelente "Grizzly Man" de Werner Herzog, con el que forma un díptico tremendo sobre el desequilibrio mental.