El cine argentino consiguió poner en pie simultáneamente a crítica y público con la que es, sin duda, una de las cuatro o cinco mejores películas de esa joven cinematografía. El motivo está claro: es de esas poquísimas películas que consigue sorprender a cada escena, ya sea por los geniales diálogos de un guión perfecto, o por un reparto en el que brillan todos y cada uno de sus componentes, con mención especial a Ricardo Darín y Héctor Alterio.

Sin renunciar al retrato fidedigno de las muchas miserias por las que pasamos por la vida, el verdadero valor de esta joya, lo que me emociona hasta las lágrimas, es la apuesta por el optimismo, su confianza en el amor y en el sentido del humor para poder seguir adelante. Es una película que eleva el espíritu y hace llorar de alegría, por proponer ocurrencias tan "extrañas" como que un hombre de 70 años siga enamorado de su mujer o que un tipo con éxito en los negocios sólo desee "irse a la mierda" y empezar de cero. ¿Sensiblería, ñoñería...? Si uno ya ha caído en las garras del cinismo, supongo que sí.