Puede ser que King Kong resulte una película sencilla, sin demasiadas pretensiones y rozando por momentos la serie B. Sin embargo, la obra que Cooper y Schoedsack filmaron para asombro de todos en 1933, pasa a los anales de la historia como el referente absoluto del cine de monstruos, pionera para el género aventurero y cuna de los efectos especiales hollywoodienses que tanto afloran en nuestros días. Con una de las ideas más originales del cine, el film resiste el paso del tiempo hacia una época contemporánea donde se pierde el atrevimiento por producciones que salgan del marco establecido.

Imitada hasta la saciedad, el largometraje viene a ser una representación de “La bella y la bestia” con tintes dramáticos, sin olvidar la crítica intrínseca hacia la colonización y las desastrosas consecuencias que provocan los aires de supremacía sobre poblaciones aisladas del mundo occidental. Puede que la película llegue a cojear por su simpleza narrativa de los acontecimientos o sus lineales interpretaciones, pero marcan un antes y un después en el despliegue de medios y el nacimiento de una leyenda en forma de simio que perdura entre remakes y referencias culturales hasta nuestros días. Y todo en nombre del amor.