Lars Von Trier, es uno de esos directores que no pasan desapercibidos ni dejan indiferente a nadie: vilipendiado por unos, un genio para otros. Lo que no cabe duda es que estamos ante un creador de obras con sello propio, que tocó techo con "Dogville" (2003) y que aquí pone fin a una trilogía que comenzó su andadura con "Rompiendo las olas" (1993) y con "Los idiotas" (1998) para dar lugar a un dramático musical sin igual con "Bailando en la Oscuridad".

Esta vez nos presenta la amarga historia de una inmigrante checa en suelo americano, en una cinta con un enfoque de cámara diferente que navega entre el melodrama al son de canciones que bailan al ritmo de los estados de ánimo de nuestra protagonista. Es cierto que la película arranca lentamente, pero a medida que se desencadenan los acontecimientos, nuestros sentimientos comienzan a ser partícipes del inspirado engranaje argumental.

Los fotogramas se suceden en un largometraje que nos muestra la vida en toda su esencia, donde el amor, la injusticia, la avaricia e incluso la envidia, juegan un papel importante en los mayores delitos que cometemos a lo largo de nuestra existencia, que no son precisamente aquellos relacionados con la legalidad. Si el film logra atraparte, si dejas que se adentre hasta la fibra más interna, terminará por secuestrarte emocionalmente, conduciendo tus últimos suspiros de aliento en un final que ahoga, siempre danzando al compás de Björk.