Saltando como en la rayuela, arbitrariamente y con la intención clavada en quebrar el suelo, aparece Iñárritu con su última cinta.

En un ring, esos saltos podrían servir de ritmo para evitar golpes y atacar con sutileza.

Prueba con dolores humanos, como siempre ha hecho, pero parece no tener experiencia. Se acerca al drama familiar, a la inmigración, a la pobreza, a las drogas, a la locura, a la infancia.
Parece como si Arriaga (su ex-guionista) se hubiera encargado de llevar el peso emocional. No hay seguridad en los saltos del director en esta película que pretende ser la más dolorosa de todas.

Saltando, eso sí, a la pata coja, va golpeando suave y sin estructura a un espectador que ya ha visto esos sentimientos muchas veces en el cine, sobre todo esta última década. Pero este boxeador será vencido por ese movimiento de piernas, endeble y descordinado.
No mantiene la seguridad y por ello no consigue que te sientas parte.

Cuando estás sentado en la butaca más de dos horas viendo brutales sinceridades, situaciones descarnadas, te sientes machacado. Primer objetivo cumplido.
Pero cuando salgo del cine y me sigo sintiendo mal, no encuentro el gusto por ese ataque frontal, me duele pero no consigue que me alegre por haber sentido.

Menos mal que todo púgil tiene a su entrenador, maestro, o ángel. Tirar la toalla puede ser cobardía pero en el cine vale mucho la forma en que se haga. Así, Iñárritu descarga todo el peso en un actor que crea el personaje (seguramente) más complicado y trabajado de su historia. Bardem es una belleza móvil. Evoluciona, transmite y te involucra. Tal vez desde la dirección dieron por perdido el guión y pensaron que era el único modo de sobrevivir.

Sin movimiento de piernas, sólo parece una película naturalista intenta con un deporte inadecuado, si el espectador tiene alguna idea previa acerca del boxeo, con una zancadilla tiraría sobre la lona la poca belleza de Biutiful.

Al llegar a casa me cuestiono ¿qué hubiera hecho yo? Con un título que daba esperanzas, hubiera centrado el dolor en la idea de que la belleza (valor universal) varía su intensidad en función de la posición social. Beautiful es una palabra de ricos, y a los "intocables" no les pertenece más que una belleza maltrecha.