Adaptarse es el tema principal desde que Darwin y Lamarck tuvieron aquella distensión conceptual. No sabemos cuál es el papel del sujeto y cuál el del objeto. Nos gusta elaborar baremos con los cuales evadimos nuestra responsabilidad y podamos regir el bien y el mal como calificaciones humanas. El bajo se adapta al alto, el feo al guapo y el malo al bueno.

Kaufman (Cage) se entrelaza con las lianas de su desordenado mundo. Trepa, se distrae, cae y se duele. Las personalidades variopintas del verdadero guionista no saben escribir cuánto están viviendo, pero saben vivir cuanto se pueda escribir. Aprender de McKee es la peor aventura humana, pero el paso directo para adaptarse al baremo.

Kaufman y Jonze saben mostrar los laberintos cerebrales que Teseo no subo gobernar. Y esa es su mayor gloria: que el fracaso dialéctico sea el motor de acceso al nuevo fracaso. Que ese movimiento en ciclos sea el improbable sentido del eufemismo humano llamado vida.

No es la mejor realización de Kaufman, pero sigue en su estética atmosférica para imaginar suspense. La música y los planos de desesperanza son las claves a esta dirección. Pero sabemos que aquí sólo importa Kaufman. Guión, guión y clases de guión.

Lo mejor: el personaje de Cooper y las relaciones entre los gemelos.
Lo peor: la justificada (pero paralizante) falta de acción.