Pone la piel de gallina pensar en lo que significa para el cine esa década de los años treinta del pasado siglo, cuando casi toda la temática era nueva y cualquier género acababa de empezar su andadura. ¿Qué decir de Edward G. Robinson o de Hawks?; si tenemos en cuenta la aparición de esos nombres propios, por sí mismos, una película como "Pasto de tiburones" antes de verla ya sabemos que no va a decepcionar. Es previsible, de acuerdo, diría que incluso es escandalosamente previsible, pero el respeto que cualquier cinéfilo debería tener por esa época y por esos hombres, es suficiente como para sobrevalorar un cine que sólo podemos encontrarlo mirando atrás.

No creo que sea una película de notable, y mucho menos una obra maestra, pero cuesta hablar negativamente de la historia de ese pescador bravucón y noble, buen tío, limitado también, pero con una energía que despliega en cada escena que se hace imposible no empatizar con él y con su situación. Aparte queda para el goce de nuestras pupilas las escenas de la fauna marina, todo un documento. Diría que "Pasto de tiburones" es una golosina que te zampas a gusto sin rechistar, como ese tiburón cuando le arrancó la mano a nuestro protagonista: Con garfio acaba y todo.