Tengo claro que una película así puede convertirse en una tortura para aquellos que viendo diez minutos no ven nada que les guste. En cambio, por una simple cuestión de afinidad, quienes pasan esos diez minutos embobados (tal vez como un servidor) por lo que ven, lo que sigue hasta que acaba de "Withnail y yo" es un memorable viaje al personal mundo que conoceremos de dos personajes fascinantes. Digo fascinación aunque sean dos sinvergüenzas, dos vividores, bastante alcohólicos, políticamente incorrectos, sucios, cobardes y con una nula atracción sexual hacia el género femenino. Lo último que escribo puede no suponer nada, siendo una pareja casi de manual huyen de cualquier contacto íntimo, es obvio que son heteros; por ello la aparición brutal del tío Monty en este aspecto es puro espectáculo.

Es pues una comedia sin chistes, vemos cómo viven (malviven más bien) compartiendo piso, los personajes con quienes se relacionan y su escapada al campo para conocer la Inglaterra rural. La necesidad de beber desde primera hora es algo básico, conseguir dinero tal vez para comer, pero sobre todo para beber. No son macarras, si se tienen que enfrentar a ostias con alguien lo más fácil es que acaben saliendo corriendo, aunque puede que estén unidos por una fidelidad insana no deja de ser una relación especial. Fuman canutos, no lavan platos y sus aspiraciones acaban eclipsadas por sus continuas quejas del mundo que les rodea. Son unos cenizos.

Pero a mí me caen bien, se trata de un cine que nace en los ochenta, y allí en Inglaterra (Reino Unido por extensión), al ver tan poca luz y tal vez por su insularidad, durante esa década crecieron y se multiplicaron los caminos de la ironía y la comedia en general. O te reías o te hundías. De ahí tal vez la aparición de monstruos de doce papeles como la zanahoria de Camberwell, cuestiones de lógica...