Para ver esta película cuando no toca, 25 años después de su realización, se ha de ser especial. No toda la serie B ha de ser buena porque sí, porque toca ser condescendiente con los bajos presupuestos, porque se dé por hecho que las buenas ideas mandan por encima del capital. Hay muchas pelis de serie B infumables. Pero para mí leer que Roger Corman estuvo detrás ya es suficiente aliciente, además del glorioso título.

Una vez metidos en el ajo la película es una suma de cosas siempre vistas. Siempre hay alguien que atisba el peligro y no le creen hasta que es demasiado tarde, siempre hay una cámara al hombro fuera de una casa (y con nocturnidad) que anucia un peligro que finalmente no aparece en esa escena, siempre hay chicas monas... Y atención, porque es lo peor de todo, siempre hay una excusa o justificación lamentable que en este caso, tiene que ver con la alteración genética del salmón en una fábrica de conservas. Maravilloso.

Con todo, pese a todo, diré con la boca pequeña que me ha encantado y que me ha entretenido una barbaridad. Ya no sólo por las mujeres en pelotas que todos señalan, para mí lo más maravilloso ha sido el desenfreno final, bruto y sangriento, en la feria del pueblo. Si ya antes habíamos vistos los disfraces indescriptibles de las criaturas protagonistas, en ese loco final todo queda elevado a la máxima potencia, con mil detalles de sangre, clorofila y vísceras de todo tipo. Qué tosquedad, qué brutos...