Para el año de la realización de "Colegas" el caballo galopaba a sus anchas por las calles de las ciudades de España y probablemente la mayoría de los que aparecen delante de la cámara (y los que trabajaban detrás) conocían de primera mano lo que era su uso y consumo. Mala época para una generación, aquellos que desde su vulnerabilidad se enfrentaban en los ochenta a una realidad más dura de lo que creemos, con un futuro muy incierto y demasiados peligros en las calles.

Ignoro si los hermanos González Flores lo tenían tan mal como el Pirri o José Luis Manzano, seguro que mejores opciones tenían. El caso es que delante de la pantalla, aquí en "Colegas", vienen a caracterizar esa generación del extrarradio urbano que malvivía con una tasa de paro elevadísima y unos descampados que son símbolo de una poesía urbana que Eloy de la Iglesia componía a su manera.

La película está lejos de ser una obra maestra, no sólo por las paupérrimas interpretaciones y los diálogos, es cutre como casi todo el cine de su director. Pero llega a día de hoy como ejemplo de una generación y de unas vidas que muchos hemos conocido. Es cine kinki aunque no sean los delincuentes brutos que todos conocemos. Ellos sobreviven y suerte tienen de ir tirando. Hay un momento en el que vuelven de Marruecos y al ver Gibraltar Antonio Flores expresa su pasotismo sobre el tema, se la pela que aquello sea británico: es algo que pasará desapercibido, todos recuerdan las pajillas, su canción, el "estoy preñá" o la sauna gay, pero para mí ese pasotismo, casi nihilismo de Antonio cuando pasa al lado de Gibraltar, es muy descriptivo.

Así que mala, porque es mala de cojones, pero también entrañable y divertida.

El final, lamentable. Creo que el director estaría más que nunca de bajada cuando rodó esas escenas...