Han pasado ochenta años, que se dice pronto, y la potencia visual que desprende sigue siendo una maravilla. No siempre es así, cuando se señala una película que queda tan atrás en el tiempo sólo se supone clásica porque así lo dicen los entendidos. Puede poseer unas valoraciones elevadas, pero a menudo me he encontrado con películas que acaban teniendo fases o momentos imperdonables, espacios de dudas y la indulgencia suele ser la culpable de subirla a lo alto de un pedestal.

El caso de "El ángel azul" es ejemplo de vigorosidad dramática, de eficiencia visual, y de absoluta atemporalidad, es buena ahora como lo era hace 80 años. Y para mí si ha llegado al S. XXI tan bien es, primero de todo, por Josef von Sternberg, no le quitaré el mayor mérito porque para eso pone la cara siempre el director, para lo bueno y para lo malo, es ley de cine. Pero quien debiera ser recordado, por encima de la cabaretera Dietrich, es Emil Jannings, poderoso de cabo a rabo, desde el polo en el que habita al principio como profesor hasta el opuesto en el que acaba, pasando por una tremenda transformación de contenido dramático.

Pocas veces había presenciado algo que siendo tan lamentable acabara por aplaudir, un penoso camino que le lleva a un pozo de indignidad, a ser basura, a ser peor que un payaso. Un drama como una casa es lo que es, con los tintes expresionistas propios aquella Alemania que también se hallaba en transformación. Alguno de los actores no acabó muy bien, no es el caso de Dietrich, cruzó el barco de la mano de Sternberg y se convirtió en estrella, de hecho pese a no hacer nada del otro mundo se llevó los méritos de este "Ángel azul", no había nada como enseñar los hombros y las rodillas, ser frívola y a comerse el mundo. Sin embargo yo, cinéfilo de sofá, descarto a la carne porque sí y confieso haber visto a un pedazo de actor, Emil Jannings, ascendiendo hasta lo más alto de la calidad interpretativa. Un verdadero ejemplo.