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Cuba Cuba · Barcelona
Voto de Luisito:
9
Comedia. Drama. Bélico Santa Victoria, un tranquilo pueblo del norte de Italia, es famoso por su delicioso vino. A punto de terminar la II Guerra Mundial (1939-1945), es ocupado por tropas alemanas, cuya misión es requisar un millón de botellas del preciado caldo. Pero resulta que, tras la muerte de Mussolini y la caída del fascismo, hay en el pueblo un nuevo alcalde que encuentra la solución para evitar el expolio: esconder las botellas antes de la inminente ... [+]
28 de junio de 2014
9 de 10 usuarios han encontrado esta crítica útil
La sana intención de Stanley Kramer es desdramatizar el contexto bélico en el que sitúa a Santa Victoria, una población modesta italiana que se dispone a sufrir la ocupación alemana en la IIªGM, y lo hace a través de una historia inverosímil y simpática con la que cuenta con el mejor protagonista posible. Lo de Anthony Quinn en esta película es para no olvidar, al menos para mí siempre quedará en mi memoria su labor como alcalde improvisado de su pueblo, su portentosa presencia, sus sonrisas y ya lo diré, una interpretación que lo hace tan próximo que hasta dan ganas de conocerlo y tomarse una copa de vino con él.

No hay nada malo en que en una película ambientada en la sangrienta IIªGM el único líquido de color rojo que aparezca delante nuestro sea el vino, no hay nada malo en que en esta ocasión, cuando hablamos de cifras de más de un millón, lo hagamos en referencia a las botellas y no a los cadáveres. El gran éxito de Stanley Kramer es contar con Anthony Quinn, ya lo he dicho, pero eso no es todo, no cae en la demagogia, no lo atrapa la estupidez absoluta cuando aparecen los alemanes y la comedia rueda y rueda de la mano de los habitantes de Santa Victoria.

El personaje de Quinn acapara toda la atención, con sus disputas domésticas, con las decisiones que toma él y sus colaboradores, pero su actitud viaja paralela a la de los ciudadanos del pueblo, que se unen de forma loca para conservar el vino. Nada menos que el vino, ver para creer. Y lo mejor es que me lo he creído, aun sabiendo que la comedia arrincona a la realidad y que el ejército alemán nada más llegar hubiera fusilado a unos cuantos en la plaza y después hubiera preguntado dónde está el vino. Stanley Kramer opta por la no violencia y la sonrisa. Los ciudadanos de Santa Victoria prefieren ser mártires antes de que se les lleven su vino. Y el mayor defensor es Quinn, insisto en ello, alguien que desprende magia, alguien que aferrado a su botella se crece y es imposible que caiga mal. Menos su mujer, claro, que lo lleva aguantando desde que se casaron.

Voy a subrayar algo necesario para que una película de casi dos horas y media funcione, y es que lo que suceda en el primer cuarto de hora ha de funcionar tanto como si el resto de película dependiera de ese inicio. El borracho de Anthony Quinn se encarama a lo alto de una torre para borrar una proclama fascista y ahí arriba se queda, con una taja como un piano. Después de conseguir bajar a tierra firme es aclamado por el gentío y proclamado alcalde... Yo desde ese momento me quiero quedar, en ese momento decido que la película me ha ganado. Lo que sigue raya al mismo nivel, Quinn por aquí, Quinn por allá, la cadena humana de ciudadanos-hormiga para salvar el vino, la llegada de los alemanes. Para no perdérsela.
Luisito
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