Con "The innocents" de Jack Clayton (me niego a nombrar a esta película con su mal traducido título en castellano) puedo confesar que me he encontrado ante una de los pocos casos en los que la ambigüedad del mensaje me da igual. La labor del director es ejemplar, tanto, que es correctísimo afirmar que se trata de una película avanzada en su época y cuya importancia viene demostrada por el hecho de haber sido copiadísima posteriormente. Hablo de copiar porque suena más contundente y me apetece expresarlo así, llamémoslo influencia o como sea, lo que es innegable es que a principios de los sesenta nadie antes había expuesto cosas así, al menos de esta manera. Su contribución al género es incuestionable.

Los puntos fuertes es la absoluta abstracción que se hace de la historia en sí sin que con ello se pierda interés. Intentaré explicarme mejor: el hecho es que con la imagen creada Clayton lo gana todo, cuenta con una Deborah Kerr magnífica y con un niño actor, atención, superior, pero la cuestión es que de la historia que hay en la casa todo queda rasgado y es cosa del espectador y su aprehensión entrar en el juego que se plantea. Yo he picado a través de la imagen, he visto claramente que la historia se presenta cercenada, ambigua, porque hay tramos en los que es evidente la mala leche de los niños, las apariciones de los muertos... O no, puede que de repente sea la propia Deborah Kerr la que está como un cencerro, tal vez sea su represión sexual lo que la hace percibir las cosas como no son y como se apunta en otras críticas el peso de sus instintos desencadene la tragedia... Lo cierto es que esos dobles sentidos me han acabado por atrapar.

Quiero insistir en los elogios del realizador, todo un maestro, puede que no haya suspense ciertamente, puede que no haya terror... y puede que haya de todo un poco, porque han habido momentos de verdadero miedo, cuestión personal. Suerte que no he visto "The Innocents" por la noche, he preferido verla a la hora del té, y es que con nocturnidad lo hubiera pasado mal, fijo.