Akira Kurosawa realizó esta película compuesta por ocho cortos cuando ya era octogenario, dejaba atrás una filmografía repleta de maravillas y contaba con el justo reconocimiento que merece su trayectoria. Por ello seguramente esta composición titulada "Los sueños de Akira Kurosawa" es en general su realización más intimista, porque cuando uno se hace muy mayor ya no se anda con tonterías y explica las cosas que tiene adentro como le viene en gana.

Sé que suena a perogrullada y me da igual, son los sueños de una persona madura puestos en imágenes y por ello el resultado transmite algo que nace de muy adentro suyo. Ya sabemos que los sueños pueden ser surrealistas (como meterse en los cuadros de Vincent Van Gogh), pueden dar verdadero miedo (como presenciar a un pelotón de soldados muertos salir de un túnel oscuro) y pueden no parecer demasiado sugestivos para los que no hemos soñado nada semejante. De lo que no cabe duda es que no hay nada más sincero y profundo que explicar esos sueños y a Kurosawa no le pienso protestar las formas, con coloridos majestuosos e imágenes de composición irreprochable. Otra cosa es el ritmo, otra cosa es que la suma de esos sueños funcione y que finalmente, cuando acaba la película, por mucho virtuosismo fotográfico que haya presenciado, sea capaz de afirmar que esta película no se acerca a cualquiera de los muchos largometrajes buenos que tiene el maestro.

Bajo el pensamiento común en muchos cinéfilos -"tenía que verla"- me he lanzado y al tercer sueño, tal vez el cuarto, el de los montañeros, ya he empezado a mirar el reloj. Hay momentos de impacto, algunos sueños me han gusto y otros no, hay moralejas que se me resbalan entre los dedos y mucho material que olvidaré pronto. Qué le vamos a hacer, tenía que verla y la he visto, pero me quedo con sus largometrajes.